Aventuras extraordinarias (pero no tanto) de una Hermana Misionera de la Consolata en Alabama.
En una parroquia pequeña y pobre es necesario «inventarse» cómo favorecer la integración, acoger a los inmigrantes, asistir a las mujeres embarazadas, enseñar el inglés… Hay otra América, lejísima de Manhattan, formada por gente pobre pero también de solidaridad y con capacidad de donar.
Cuando uno oye hablar de los Estados Unidos, le vienen a la mente rascacielos, enormes autopistas de diez carriles fuera de serie, y se piensa que el bienestar está al alcance de todos. Sin embargo, para el 98% de los ciudadanos estadounidenses esto no corresponde con la realidad, que en cambio se reserva el esfuerzo de hacer frente a los gastos diarios. Durante mi larga permanencia en USA, he podido realizar mi apostolado en los tres Estados donde estamos presentes como Misioneras de la Consolata: llegué a Michigan como estudiante, y me quedé allí como maestra, después viví unos 20 años en Alabama y 4 en Arizona, en la Nación de los Pima.
En Michigan también trabajé en el Catholic Center of Concern de Birmingham, destinado a la gente con mayores penurias, que en ese tiempo eran en su mayoría afrodescendientes e hispanos, particularmente mexicanos, refugiados clandestinos en USA en busca de trabajo.
Después de seis años me pidieron que asumiera la dirección además de la docencia en la escuela parroquial San Francisco, en los alrededores de Birmingham. Era una escuela afroamericana más bien pobre: la mayoría de los estudiantes asistían gratuitamente, aún tratándose de una escuela privada. Esto hacía que resultara realmente difícil sostener los gastos de contratación de docentes. Con el personal reducido al mínimo, trataba de cubrir las muchas áreas descubiertas y de estar cerca de los estudiantes y de sus familias probadas ya por tantos problemas y preocupaciones.
Una experiencia particularmente complicada fue la vivida como Administradora Pastoral de una parroquia de periferias en la diócesis de Birmingham, como en todos los Estados Unidos, hay escasez de vocaciones sacerdotes y religiosas y son pocos los que aceptan cargos en realidades de dimensiones reducidas. Estas parroquias generalmente permanecen sin pastores.
Precisamente en ese tiempo yo estaba terminando mi Master en Teología y el obispo de Birmingham me pidió la disponibilidad para la guía de la última parroquia de la diócesis, en los confines con Montgomery, una comunidad cristiana en expansión por la llegada de numerosos mexicanos. Después de algunos meses de estudio de lengua española; tomé posesión de la parroquia “de la Resurrección”, no sin temores y perplejidad, que llenaban mi oración diaria. Encontrando y escuchando a los animadores pastorales, les pedí su colaboración para que trabajando juntos, pudiéramos ser testimonio y fermento de caridad y unión. Fue una experiencia muy rica de humanidad y fraternidad: conocí a todas las familias de la parroquia, cristianas y no cristianas.
Luego se abrió, espontáneamente, un campo de apostolado completamente inesperado. Muchas familias jóvenes de origen mexicano llamaron a las puertas de la parroquia con el mismo pedido específico: ser ayudados en las visitas prenatales porque no podían comunicarse en inglés. Vista la necesidad siempre creciente, decidimos concentrar los encuentros en un solo día de la semana y acompañar a la sala de maternidad distante a 60 km, para quien lo necesite.
Si bien la obstetricia no es parte de mi… experiencia, sucedió que estuve presente en 126 nacimientos! Muchas familias se acercaron a la parroquia, y comenzamos las celebraciones también en lengua española. Después de nueve años, con gran pesar, me pidieron que volviera a Michigan, esta vez en la diócesis de Saginaw, todavía con el rol de Administradora Pastoral pero de una parroquia mucho más grande, con una composición diferente de fieles pero con un enfoque similar.
No he puesto un pie en África como deseaba al comienzo de mi vocación misionera, pero el Señor me ha preparado un pueblo numeroso y variado, donde encontré la posibilidad de ser una pequeña semilla de consolación plantado en la vida de aquellos a quienes he tenido la dicha de encontrar en el camino compartido.
A Él va mi gracias por el don de la misión en la familia de la Consolata…
Hna Maria Dina, mc