San José Allamano con corazón de Padre fundó los dos Institutos Misioneros de la Consolata, les transmitió el tesoro del Carisma Misionero con el timbre Consolatino. Formó y acompañó sus hijos e hijas, infundiendo en ellos el fuego y la pasión misionera que lo animó hasta el fin. A través de las Conferencias y de sus Cartas bien se puede conocer el rostro y el corazón de San José Allamano, Fundador y Formador.
Sentadas alrededor del Fundador, Padre José Allamano, un grupito de jóvenes misioneras, escuchan con atención, gratitud y alegría sus palabras. Sus ojos brillan, al mirar al Padre: así lo llaman, con profundo respeto y cariño, así lo sienten en su corazón; Padre que dio vida a una Familia de Misioneros y Misioneras, Padre que conoce personalmente y acompaña con tanto amor el camino de cada uno de sus hijos e hijas, Padre que les pide quererse tanto, más que si fueran hermanas de sangre, tanto, hasta dar la vida la una por la otra. ¡El Instituto que El sueña será una Familia y tales deben ser sus recíprocas relaciones!
Padre sabe bien que todas las energías de la persona se multiplican si un ideal es tan fuerte como para catalizarlas; por eso, sin medias medidas, propone metas que hacen arder el corazón. El deseaba intensamente ser misionero, sin embargo, debido a su débil salud, no pudo realizar su sueño y acogió, con fe y sin reservas, la Misión de dar vida y formar la Familia de la Consolata. Considera la vocación misionera como la más alta, porque es la vocación misma de Jesús, el Hijo Misionero del Padre que escoge, ama y envía a quienes Él quiere para vivir su misma misión. ¿Podría haber un amor más grande? Es necesario entonces tener claro: ¿ad quid venisti? ¿A qué vine a este Instituto? Sólo y exclusivamente para ser santo y santo misionero/a! ¡No puede haber otra finalidad!
Con su testimonio de vida, con sus palabras, Padre infunde en sus hijos e hijas un fuego, una pasión misionera que los hace vibrar. No quiere medias medidas, la mediocridad no puede tener lugar en quien lo deja todo por amor, solo por amor y está dispuesto a entregarse, día a día, hasta dar la vida. Bien lejos de cualquier superficial ostentación o intimismo, pide radicalidad, audacia, compromiso y constancia en la entrega y siembra en el corazón de sus hijos e hijas, semillas que van enraizándose en una profunda fe y confianza en Dios.
Las llama: espíritu de…. fe, confianza, de mansedumbre, de sacrificio, y más…espíritu: no exterioridad, sino un actuar que brota desde lo hondo y por eso es perseverante, activo, humilde y creativo, dando frutos según los dones que cada uno/a recibió. Y la pasión misionera tiene raíces hondas: ¡en un amor entrañable a Jesús, única fortaleza!
Padre transmite su experiencia de su amor por Jesús y no se cansará nunca de estimular a vivir intensamente la Vocación Misionera: experimentar cada vez más profundamente la tierna, entrañable, personal y constante presencia de Jesús, verdadera Consolación, él enviado por el Padre para que cada persona en el mundo conozca ¡cuanto es amada! Misión hasta dar la vida, existencia que se entrega, como pan partido en lo ordinario de cada día, en comunión, nunca en solitario, siempre, en unidad de mente y corazón, ¡en comunidad! Animados por su Espíritu, totalmente y para siempre comprometidos con el sueño de Dios, que toda la humanidad conozca su Amor y se forme ¡una sola Familia!
Y hay una identidad, un estilo inconfundible: ¡Consolatino! Decían sus hijas: “si se abriera el corazón de Padre, encontraríamos en él un nombre: ¡Consolata!” Ella es la Madre contemplada y amada, con la cual, desde el Coreto, en el Santuario, se entretenía en oración por largas horas; allí nació la Familia de la Consolata. “Es Ella la Fundadora” decía y es mirando a la Consolata que Padre indica a sus hijos/as los rasgos del misionero/a, que en la Misión debe ser animado siempre por el mismo amor maternal de la Virgen, Madre Consoladora de la humanidad.
Firme y decidido en los criterios y principios, siempre suave y humano en aplicarlos, (¡pues grande es la fragilidad humana!) con su mirada atenta e intuitiva, los acompañaba, sereno y confiado siempre en el Señor. Y cuando sus hijos/as partían para la Misión, su corazón de Padre gozaba y sufría, pues mucho le dolía la separación … Los acompañaba constantemente con su oración, y estaba presente y los seguía con sus cartas, animándolos siempre a “mantener alto el ánimo… a no perder el coraje, a mantener fija la mirada en el Señor”. No obstante, las dificultades y las distancias, ¡cuántas cartas Padre envió para sostener, consolar, animar y también para corregir, cuando necesario! Y en esas cartas bien se revela su corazón de Padre: por 397 veces se repite la palabra “animo”(coraggio) por 330 veces la palabra “querido”: querida Consolata, queridos Africanos, queridos misioneros, queridas misioneras.. Y 470 veces escribe “te bendigo”.
Con razón podía repetirles: “mi corazón está con Ustedes”
A cada uno/a le pide de escribir y enviarle un diario en el cual redacten también (además de informaciones del lugar y del camino misionero) sus personales experiencias y estados de ánimo, y esto, les decía, “más que un deber debería ser una necesidad del corazón el abrirse muchas veces a quien los ama con como un Padre que siente la necesidad de compartir sus alegrías y penas y desea enviarles los consejos que su personal experiencia y la gracia del oficio le sugieren.”
La Iglesia ha puesto su sello, con la beatificación de la Hna. Irene (martirio de la caridad) y de la Hna. Leonella (martirio de sangre) y más este año con la canonización de San José Allamano sobre el Carisma Misionero Consolatino que él transmitió a su Familia, hoy enriquecida por Laicos/as que asumen su espíritu y con gran amor también lo llaman Padre.
Y en el corazón de sus hijos e hijas, en todo tiempo, continúan resonando aquellas palabras: “El Señor podría haber elegido otro para fundar el Instituto, uno más capaz, con más cualidades, con más salud, pero uno que los quiera más que yo…. no creo! ”GRACIAS, Padre!