Este año 2024 tenemos mucho que agradecer a Dios por tanto que nos ha regalado, sin dudas la Canonización de nuestro querido Padre, San José Allamano es una de las más grandes porque la esperábamos con mucha ansia y alegría. Pero ciertamente no fue lo único que vivimos, recibimos nuevos miembros a nuestra familia misionera, otras también partieron al encuentro con el Padre después de una vida donada a la misión, de lo cual también damos gracias porque sus vidas, marcan nuestro camino. Algunos miembros renovaron sus votos, otras hicieron su primera profesión y otras dijeron «Si para siempre», con el deseo de servir a Dios en la misión ad gentes y ad vitan. Un año donde hemos celebrado con mucha gratitud los 100 años de presencia en Etiopia, misión que Padre Fundador deseó y soñó para los Misioneros/as de la Consolata. Un sin fin de gracias cotidianas que son dificiles de numerar pero que se han hecho visible en la vida de cada Misionera de la Consolata. Es por todo esto y lo que atesoramos en el corazón que le decimos gracias a Dios, a nuestra Mamá Consolata que sin dudas nos regala el consuelo, nos sostiene y acompaña en cada paso que damos, para que podamos compartir con el mundo la belleza de ser amadas. Un gracias a nuestro querido Padre San José Allamano, que como él decía, «desde el cielo los bendeciré», se hace presente e infunde en cada MC el carisma y nos ayuda a vivirlo con fidelidad! ¡GRACIAS SEÑOR!
¡MI CORAZÓN ESTÁ CON USTEDES!
San José Allamano con corazón de Padre fundó los dos Institutos Misioneros de la Consolata, les transmitió el tesoro del Carisma Misionero con el timbre Consolatino. Formó y acompañó sus hijos e hijas, infundiendo en ellos el fuego y la pasión misionera que lo animó hasta el fin. A través de las Conferencias y de sus Cartas bien se puede conocer el rostro y el corazón de San José Allamano, Fundador y Formador. Sentadas alrededor del Fundador, Padre José Allamano, un grupito de jóvenes misioneras, escuchan con atención, gratitud y alegría sus palabras. Sus ojos brillan, al mirar al Padre: así lo llaman, con profundo respeto y cariño, así lo sienten en su corazón; Padre que dio vida a una Familia de Misioneros y Misioneras, Padre que conoce personalmente y acompaña con tanto amor el camino de cada uno de sus hijos e hijas, Padre que les pide quererse tanto, más que si fueran hermanas de sangre, tanto, hasta dar la vida la una por la otra. ¡El Instituto que El sueña será una Familia y tales deben ser sus recíprocas relaciones! Padre sabe bien que todas las energías de la persona se multiplican si un ideal es tan fuerte como para catalizarlas; por eso, sin medias medidas, propone metas que hacen arder el corazón. El deseaba intensamente ser misionero, sin embargo, debido a su débil salud, no pudo realizar su sueño y acogió, con fe y sin reservas, la Misión de dar vida y formar la Familia de la Consolata. Considera la vocación misionera como la más alta, porque es la vocación misma de Jesús, el Hijo Misionero del Padre que escoge, ama y envía a quienes Él quiere para vivir su misma misión. ¿Podría haber un amor más grande? Es necesario entonces tener claro: ¿ad quid venisti? ¿A qué vine a este Instituto? Sólo y exclusivamente para ser santo y santo misionero/a! ¡No puede haber otra finalidad! Con su testimonio de vida, con sus palabras, Padre infunde en sus hijos e hijas un fuego, una pasión misionera que los hace vibrar. No quiere medias medidas, la mediocridad no puede tener lugar en quien lo deja todo por amor, solo por amor y está dispuesto a entregarse, día a día, hasta dar la vida. Bien lejos de cualquier superficial ostentación o intimismo, pide radicalidad, audacia, compromiso y constancia en la entrega y siembra en el corazón de sus hijos e hijas, semillas que van enraizándose en una profunda fe y confianza en Dios. Las llama: espíritu de…. fe, confianza, de mansedumbre, de sacrificio, y más…espíritu: no exterioridad, sino un actuar que brota desde lo hondo y por eso es perseverante, activo, humilde y creativo, dando frutos según los dones que cada uno/a recibió. Y la pasión misionera tiene raíces hondas: ¡en un amor entrañable a Jesús, única fortaleza! Padre transmite su experiencia de su amor por Jesús y no se cansará nunca de estimular a vivir intensamente la Vocación Misionera: experimentar cada vez más profundamente la tierna, entrañable, personal y constante presencia de Jesús, verdadera Consolación, él enviado por el Padre para que cada persona en el mundo conozca ¡cuanto es amada! Misión hasta dar la vida, existencia que se entrega, como pan partido en lo ordinario de cada día, en comunión, nunca en solitario, siempre, en unidad de mente y corazón, ¡en comunidad! Animados por su Espíritu, totalmente y para siempre comprometidos con el sueño de Dios, que toda la humanidad conozca su Amor y se forme ¡una sola Familia! Y hay una identidad, un estilo inconfundible: ¡Consolatino! Decían sus hijas: “si se abriera el corazón de Padre, encontraríamos en él un nombre: ¡Consolata!” Ella es la Madre contemplada y amada, con la cual, desde el Coreto, en el Santuario, se entretenía en oración por largas horas; allí nació la Familia de la Consolata. “Es Ella la Fundadora” decía y es mirando a la Consolata que Padre indica a sus hijos/as los rasgos del misionero/a, que en la Misión debe ser animado siempre por el mismo amor maternal de la Virgen, Madre Consoladora de la humanidad. Firme y decidido en los criterios y principios, siempre suave y humano en aplicarlos, (¡pues grande es la fragilidad humana!) con su mirada atenta e intuitiva, los acompañaba, sereno y confiado siempre en el Señor. Y cuando sus hijos/as partían para la Misión, su corazón de Padre gozaba y sufría, pues mucho le dolía la separación … Los acompañaba constantemente con su oración, y estaba presente y los seguía con sus cartas, animándolos siempre a “mantener alto el ánimo… a no perder el coraje, a mantener fija la mirada en el Señor”. No obstante, las dificultades y las distancias, ¡cuántas cartas Padre envió para sostener, consolar, animar y también para corregir, cuando necesario! Y en esas cartas bien se revela su corazón de Padre: por 397 veces se repite la palabra “animo”(coraggio) por 330 veces la palabra “querido”: querida Consolata, queridos Africanos, queridos misioneros, queridas misioneras.. Y 470 veces escribe “te bendigo”. Con razón podía repetirles: “mi corazón está con Ustedes” A cada uno/a le pide de escribir y enviarle un diario en el cual redacten también (además de informaciones del lugar y del camino misionero) sus personales experiencias y estados de ánimo, y esto, les decía, “más que un deber debería ser una necesidad del corazón el abrirse muchas veces a quien los ama con como un Padre que siente la necesidad de compartir sus alegrías y penas y desea enviarles los consejos que su personal experiencia y la gracia del oficio le sugieren.” La Iglesia ha puesto su sello, con la beatificación de la Hna. Irene (martirio de la caridad) y de la Hna. Leonella (martirio de sangre) y más este año con la canonización de San José Allamano sobre el Carisma Misionero Consolatino que él transmitió a su Familia, hoy enriquecida por Laicos/as que asumen su espíritu y con gran amor también lo llaman Padre. Y en el corazón de sus hijos e hijas, en todo tiempo, continúan
La sinodalidad en las primeras comunidades cristianas
El término sinodalidad deriva de sùn y odòs (literalmente «camino con», es decir, «caminar con», «caminar juntos»). Jesús, antes de su Pasión, había orado: «Padre Santo, a los que me has dado, guárdalos en tu nombre, para que sean uno, como nosotros… Como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, que ellos sean también uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste” (Jn 17, 11. 21). La Iglesia primitiva, tal como nos es presentada en los Hechos de los Apóstoles, es un modelo de esta búsqueda de colegialidad y de la comunión, aunque a veces sea contrariada y fatigosa. Si ciertas decisiones parecen de fácil unanimidad logradas con “toda la Iglesia», como la elección del sucesor de Judas, la institución del diaconado y el envío de algunos misioneros como Pablo y Bernabé o Judas Barsabá y Silas, hay otras cuestiones que desgarraron a la primera Comunidad, como la de si era posible compartir la mesa con los paganos o si éstos debían someterse a las normas de la legislación judía, incluida la circuncisión. Hubo un choque feroz entre los judeo-cristianos, los judíos convertidos, y los etno-cristianos, es decir, los provenientes del paganismo, problema que ni siquiera el famoso compromiso del Concilio de Jerusalén logró resolver (Hechos 15:5). -35). Pero los Hechos de los Apóstoles nos proponen un ideal que va mucho más allá de tomar decisiones compartidas. La primera Iglesia se propone sobre todo como ejemplo de koinonía: «Eran asiduos en la escucha de la enseñanza de los apóstoles y en la koinonía, en la fracción del pan y en la oración» (Hch 2, 42). El término koinonìa toma el significado de la raíz khabar, «unir». Esto no aparece en los Evangelios; en Pablo la koinonìa se funda en la unidad de la fe en Dios de la que deriva la mutua comunión. Se ha discutido mucho sobre el significado de koinonía. Según Bauer significa íntima relación interpersonal y los gestos concretos que expresan esta comunión. Para Menaud indica la comunión espiritual, la que es material, la eucarística y la eclesial. Incluso Benedicto XVI ve en ella un aspecto jurídico, la comunión apostólica, un aspecto sacramental, la comunión eucarística, y un aspecto práctico, el carácter social. Pero, como afirma Dupont, koinonìa es un término muy concreto, que no expresa solamente una comunión genérica de sentimientos: en los Hechos se habla de koinonìa como de perfecta unión de corazón y dezbienes. Expresa un doble movimiento: centrípeto, poniendo todo en común, y centrífugo, participando de los bienes de todos. Esta tangibilidad de comunión está expresada tanto en términos negativos: «Nadie llamaba de su propiedad aquello que le pertenecía» como de manera positiva: «Todas las cosas para ellos eran comunes», «La multitud de los que habían llegado a la fe tenían un solo corazón y una sola alma» (Hechos 4:32). La expresión «un solo corazón y una sola alma» es típicamente bíblica e indica totalidad: la encontramos en el mandamiento de amar a Dios («Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas»: Dt 6,5) y en la invitación a interiorizar la Palabra de Dios («Pongan estas palabras mías en su corazón y en su alma»: Dt 11,18). “La actitud de los cristianos está en las antípodas del individualismo egoísta del ‘sálvese quien pueda’; al contrario, es preocupación por los demás… La caridad cristiana es, inseparablemente, unión de las almas y participación fraterna con los necesitados» (J. Dupont). Koinonìa, por lo tanto, no es tanto «unión fraterna» o «vida común», como muchas veces traducen nuestras Biblias, sino una verdadera «lógica de comunión» que lleva al compartir total. Esta koinonía es obra del Espíritu Santo, es un acto carismático. Los dos «resúmenes» de Lucas que hablan de él en los Hechos se presentan después de las historias de efusión del Paráclito (Hechos 2:1-41; 4:23-31). Lucas sabe bien que la comunión de bienes, que presenta como un rasgo distintivo de la Primera Iglesia, no es nada nuevo para el mundo judío: los que vivían en Qumran ya la practicaban, como cumplimiento de la promesa de Dios en el Sinaí: «Que no haya entre vosotros ningún necesitado” (Dt 15, 4) “La comunidad de Jerusalén debía presentarse a los lectores como el lugar privilegiado donde se cumplían las promesas del Antiguo Testamento… es decir, la comunidad escatológica de los últimos tiempos” (M. Del Verme). Lucas también sabe que sus oyentes griegos recuerdan que la comunión de bienes es típica de las descripciones de la mítica «edad de oro», cuando los hombres vivían felices e ignoraban la propiedad privada. La fórmula utilizada por Lucas: «pànta koinà eìkon», «tenían todo en común» es helenística, no bíblica. Para el evangelista, la primera comunidad cristiana es la realización definitiva del plan de Dios, ahora realizado en Cristo, signo del advenimiento del Reino del amor, y ejemplo, también para los paganos, de verdadera fraternidad. “La comunión entre los creyentes implica aquella comunidad que se practica también a nivel de los bienes materiales” (J. Dupont). El episodio de Ananías y Safira (Hch 5,1-11), fulminados por no haber compartido el producto de la venta de la tierra, es probablemente «un midrash judeocristiano que, partiendo de un núcleo histórico, hoy no es fácil de aislar». (M. Del Verme), quiere subrayar que quien no vive una realidad concreta de compartir con los hermanos es un muerto, está fuera de la comunión eclesial, está excomulgado. “Hasta que no seamos una sola cosa, el mundo nunca entenderá el cristianismo… La única prueba que Cristo ha dado para la Fe en él es que seamos consumidos en la unidad: entonces el mundo creerá que Él vino de Dios. Esta prueba es la Iglesia: una sola cabeza, un solo Espíritu, una misma esperanza bienaventurada, una sola Fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre de todos. Esta consumación en el amor es la Iglesia. Se trata de un empeño cotidiano compromiso diario de nuestro trabajo y del de Dios” (D. M. Turoldo). Carlo Miglietta
PRESENCIA Y PERTENENCIA
4 años en Kazajistán A final de febrero 2024, las Hermanas Misioneras de la Consolata hemos celebrado 4 años de nuestra presencia en Kazajistán. En este momento, expresamos mucha gratitud a Dios por su constante presencia a lo largo del camino; por el don de la vocación y la gracia de pertenecer a Él y por las innumerables gracias que experimentamos en este camino. Contemplando nuestra presencia, en estos años, deseo compartir con Ustedes algunas alegrías y desafíos que he vivido en este tiempo. Todo parte de Dios, porque la Misión es suya y hemos percibido que es Él que guía, que se hace presente y abre los caminos: en los gestos de acogida y de hospitalidad del Pueblo en Kazajistán y en los cotidianos encuentros con nuestros vecinos y las diferentes personas que manifiestan interés hacia nosotras, con el deseo de conocer algo de nuestros Países de origen. Existe un hermoso sentido de familiaridad que te hace sentir en casa y pertenecer a esta gran familia universal. Un claro ejemplo: para el Año nuevo, una vecina nuestra, que llamamos nuestra abuela, visitó nuestra Comunidad y comenzó a llamar a cada hermana por su nombre; muy obediente, cada una, dejando sus trabajos, se acercó y juntas fuimos a su casa para compartir el té con ella y para saludar a su familia, porque no se puede comenzar el Año nuevo sin ir a la casa de los vecinos, intercambiar los augurios y fortalecer la amistad. Nuestra Comunidad está abierta para acoger, detenerse y establecer lindos diálogos con quien viene y con aquellos que encontramos, por más que esto implique cambiar de planes, acostumbrándose a las sorpresas cotidianas. Esto me hace percibir que el signo de la consolación pasa a través de esta presencia, pequeña, acogedora y abierta. Otra cosa muy bonita es cuando, trabajando en la huerta o regando las flores, se acerca la gente para darnos consejos y nos envían plantitas para trasplantar, sin dejar de mencionar que en las diferentes fiestas o los domingos siempre llega una comida, en regalo, para compartirla en comunidad, signo del cuidado, cercanía y comunión. Como Iglesia católica somos minoría, y nos conocemos por nuestro nombre; sabemos dónde viven mucho de nuestros cristianos y de otras personas que nos ofrecieron su amistad. Esto es parte de la gracia de vivir en una aldea, como parte de esta vida humilde, simple y cotidiana. El gran desafío para nosotras es el idioma ruso: hace cuatro años que estamos estudiando, sin embargo, siempre hay algo nuevo para aprender, y realmente, en este idioma, cuando uno piensa que ya sabe algo, aparece una excepción o bien una pronunciación diferente. Sin dudas que cada uno hace su propia experiencia al aprender un idioma, pero este esfuerzo y constancia solo pueden nacer del amor a Dios y a la gente y del deseo de comprendernos y compartir la vida, cuanto Dios obra y fortalece la vida de cada persona. Cuánta alegría experimento al escuchar las historias de las mamás, las abuelas y los niños: cada uno tiene su propia historia con sus alegrías, sus sufrimientos y desafíos y comprender y sentir que tienen confianza en nosotras porque somos una presencia de escucha serena, sin juzgar. He visto, concretamente, el renacer de las Iglesias en las diferentes aldeas que acompañamos, entre restructuración y nuevas construcciones que se están realizando, el ambulatorio y el parque de juegos que tenemos en la misión. Ver la alegría de la gente, de los niños que se encuentran en ambientes más lindos para rezar y jugar. Estos ambientes generan vida en intercambios cotidianos; por ejemplo, en los niños que agradecen la posibilidad de aprender inglés; en las chicas que consiguen tocar el ukelele; la banda musical católica de los jóvenes, los diferentes grupos de catequesis en las aldeas, los niños que juegan fútbol. Hay tantos signos de vida que me permiten percibir la mano de Dios, la bondad de las personas, la importancia de pedirle cada día que sea Él que continúe a guiarnos para ser presencia de consolación, que genera y acoge la Vida en la gracia del cotidiano. Suor Claudia Lancheros, mc
La Consolata y el Cielo están entre nosotros
Cuentos de misión desde Kajistán Era el mes de junio: es un tiempo de gracia muy querido para nosotros misioneros y misioneras de la Consolata, porque es el mes de nuestra querida mamá, la Santísima Virgen Consolata. Ella, fundadora, protectora, guía, modelo de vida, dispensadora de tantas otras gracias que nunca terminaremos de enumerar. He experimentado muchas en este tiempo, y me gustaría compartirlas. Me encontraba buscando un poco de sombra al mediodía, después de un tratamiento dental: el mes de junio es agradable y cálido, así que encontré un árbol frondoso cerca de la iglesia ortodoxa. Allí se encontraba un grupo de personas haciendo la limpieza, entonces les pregunté si podía sentarme en su patio y me han ofrecido sin problema el espacio para descansar. Me dije a mí misma: rezaré la hora media y regresaré a casa. Estaba rezando cuando escuché a una persona que llamaba: «María, María». Yo no me moví porque ese no es mi nombre, pero poco después encontré una hermosa sonrisa de alguien que estaba viniendo hacia mí y mientras me llamaba María. Yo no me recordaba de esta amable señora, pero ella me dijo que nos habíamos conocido en un funeral en el mes de diciembre y que habíamos orado juntas. Ella es una mujer que frecuenta la iglesia ortodoxa. Me preguntó qué estaba haciendo y me invitó a terminar la oración en su iglesia. Yo entré: en el centro de este hermoso espacio sagrado hay un icono de la Virgen María. La iglesia lleva el nombre de María Madre de Dios. Me detuve en la figura de María y realmente me dije: estamos en la novena a la Consolata, pido por su intercesión que en nuestra vida brillen algunos gestos de María Santísima. ¡En verdad, el nombre de María es un programa de vida! Después de de lo cual la señora me invitó a tomar el “chai”, que significa a mediodía, el almuerzo: una rica sopa llamada borsh, un poco de arroz, y para terminar el té con algunos chocolatines. En el tiempo del almuerzo había en esa sala otros trabajadores y empezaron a hablar de los sacerdotes católicos que habían conocido y de nuestra cercanía como hermanos y hermanas en Cristo; estaban interesados en saber de dónde venía, y con mi pobre ruso traté de responder. ¡Cuánta bienvenida! Y qué lindo que el Señor prepare encuentros de la manera que menos podeos imaginar: es suficiente con abrir nuestros sentidos a la presencia de Dios. Después del almuerzo me acompañó hasta la puerta de entrada invitándome a una celebración que tendrían al día siguiente, a lo cual dije que me uniría en comunión espiritual, porque ya tenía otro compromiso. Llega la grande gracia de la celebración de la Consolata, el domingo 19 de junio: éramos unas sesenta personas; La Santa Misa fue presidida por nuestro obispo, Monseñor José Luis Mumbiela Sierra, junto con el párroco de Yanashar, P. Szymon Grzywinski y el vicepárroco asistente, Padre Ladislao Seonu Paek; también vino el padre Rafael Dombrowski, de la parroquia de Konaev, y participaron personas de otros pueblos, luego las Hermanas Franciscanas de la Enseñanza, las Hermanas de Madre Teresa de Calcuta y dos hermanos de la orden franciscana menor. Al comienzo de la Santa Misa, después de los ritos iniciales, se introdujo el cuadro de la imagen de Jesús Buen Pastor, el nuevo patrón de nuestra iglesia. Después de la homilía en ruso (un gran logro, porque leer en ruso no es fácil) hemos renovado nuestros votos religiosos. Y luego de la bendición final, junto con la reliquia y la imagen del Beato Bukowinski, llamado apóstol de Kazajistán, se colocó la reliquia de nuestro Padre José Allamano y la Beata Leonella. Un momento muy conmovedor, fue cuando el obispo pidió que se reflexione sobre cuántos kilómetros hemos han recorrido para llegar aquí a Kazajstán: y dijo: “éstas vidas donadas están entre nosotros y nos estimulan en la secuela de Cristo. Al final de la Santa Misa, el obispo bendijo los juegos y el pequeño ambulatorio, aún por terminar. Todo fue un encuentro de alegría y de mucha vida. Quisiera terminar este compartir con una anécdota particular, algo que también sucedió en el mes de junio: 3 cachorritos fueron abandonados: dos machos, que se fueron en la primera semana, y una hembra, que hasta ahora está en el territorio de misión. Las niñas que participan en la Santa Misa diaria y el rosario, entre otras actividades de nuestra parroquia, comenzaron a darles de comer y como buenas alumnas de las lecciones de inglés decidieron llamarlo Heaven. Además del hecho que se trata de un perro muy vivo, estos pequeños, a través de este nombre Heaven, me hicieron pensar. Yo les pregunté: «¿pero por qué le dieron ese nombre?» “Porque nos gusta” me dijeron “Nos gusta el Cielo, es verdad, tenemos sed de Dios y sentimos que Él está entre nosotros”. Cielo: Heaven es donde hay y está Dios en nuestra vida diaria, en nuestro corazón, en cada desafío y alegría, el Señor se hace presente y permanece con nosotros. La certeza de esta presencia consuela, restaura, reconforta, genera vida. Como María. Hna. Claudia, mc
Fuerza y dulzura
1. Introducción En esta breve reflexión queremos repasar el estilo allamaniano-consolatino de acercamiento a las personas. Obviamente, no se pretende de agotar aquí la temática, pero sólo de retomar la reflexión, que ya ha comenzado en distintos lugares, pero que merece ser relanzada, ampliada y profundizada. Nos detendremos a considerar brevemente algunas características del estilo educativo del Allamano. 2. El Allamano: una vida como educador El Fundador de los Misioneros y Misioneras de la Consolata pasó prácticamente toda la vida relacionado en el ámbito educativo, tanto a nivel personal como de los demás: como estudiante en formación (1856-177), cómo formador en el seminario (1873-1880), cómo profesor (1882-1884), cómo Director del Internado eclesial por dos años y formador del clero diocesano (1882-1926), pastor o “pedagogo espiritual” (1880-0926), formador inicial y permanente de los misioneros (1901-1926), formador inicial y permanente de las misioneras (1910-1926). En síntesis, una vida en contacto con los problemas, los desafíos y la belleza del trabajo educativo. El Allamano tiene ciertamente algo que decirnos. 3. Los ideales propuestos El Allamano no ha descontado ningún ideal: los ha propuesto siempre, de manera clara e inequivocable. El ideal misionero es para él y para quien por él fue formado el “denominador unificador de toda la formación y de todos los aspectos de la vida” que “invade todo, caracteriza y cualifica: el estudio, los intereses, la lectura, las celebraciones, los ejercicios espirituales”: “Nosotros deberíamos tener por voto de servir la misión incluso a costo de la vida”. No dar por descontado los ideales hoy (ni ayer) puede no ser cosa fácil o inmediata. Sin embargo, la propuesta clara e inequivocable de los ideales/valores no negociables es punto fundamental de la educación, y no solo de la educación solamente vocacional, sino humana y cristiana en general. Basta pensar que cosa puede pasarle a un bebé que se encuentra creciendo con educadores que no saben decirle de manera clara sí o no en base a algún criterio objetivo, sino que se escabullen buscando de consentirlo, de vez en cuando, a los intereses propios o a los intereses del niño, o entre algún compromiso entre los dos. Un terreno educativo de este tipo es propicio a cultivar desequilibrios de personalidad, más que un desarrollo de sí sano y maduro. El Allamano se dirigía a los aspirantes misioneros, en quienes el ideal misionero propuesto asumía los colores y modalidades expresivas adecuadas a quien ya había hecho una elección vocacional precisa. Pero el ideal misionero encierra dentro suyo y expresa de manera particular la semilla del ideal de vocación humana y cristina que puede ser propuesto a todos, sea cual sea la elección de vida que se haya hecho. Se trata de la llamada a salir de uno mismo, a moverse de la propia zona en el cosmo/universo para ampliar la visión, la comprensión, la capacidad de amar y de hacer. Este ideal, me parece, puede y debe ser propuesto también hoy, en cada camino educativo cristiano, sin descontar ninguno. 4. Presencia y ausencia Todo lo dicho nos manda a una característica particular del Allamano, también de sus hijos e hijas en la cercanía a las personas y a los pueblos: la “presencia”. No cualquier presencia, sino una presencia, de hecho, pedagógica, que sabe darse cuenta y respetar los ritmos de crecimiento del otro y sabe “estar” o desaparecer según el estadio en que se encuentra el otro. Una presencia de quien no pretende proponerse como salvador del otro, en el intento de resolver todos los problemas, pero que tampoco lo abandona a sí con la excusa de un malentendido “respeto”. Esto implica un conocimiento suficiente y experimentado del hombre y del aspecto espiritual, que lleva al educador a tener una verdadera capacidad de acercarse y de intimidad, junto al cuidado y la distancia por el espacio del otro. En otras palabras, una cosa es ser cercano, otra es meter la nariz en los asuntos de los demás. Una cosa es “estar” para ayudar al otro cuando tiene necesidad y para aprender de él, otra es tener la necesidad de ser forzadamente de ayuda al otro. Una cosa es ponerse al lado y acompañar, aceptando de ser incluso nosotros buscadores, otra es pretender de sustituir al otro o de tener todas las soluciones a sus preguntas. En el Allamano, este ir y venir entre cercanía y distancia, presencia y ausencia, entre sí y no, se manifiesta también en su trato suave y fuerte, característica a menudo reportada en los testimonios: “Como Fundador y superior nuestro, era inigualable, fuerte y suave al mismo tiempo. Se interesa de todo y de todos: estaba incluso en los detalles, y al mismo tiempo no estaba presente, en absoluto. Dejaba libre la iniciativa de los superiores menores…” “Su trato (aparece) siempre bueno y paterno, pero reservado y contenido” La presencia del Allamano podría ser cualificada, en términos actuales, como “empática”: él poseía la capacidad de sentir con el otro, de interesarse, conmoverse, identificarse con la persona; al mismo tiempo, poseía la capacidad de distanciarse del otro para tomarlo completa y respetuosamente en su totalidad. De esta manera, sabía desafiar sin desanimar, porque su intervención no partía solamente del sentir emocional, sino de un contacto profundo y pleno con lo que había vivido el otro, lo propio y los valores que vive y propone, el todo unificado en la experiencia viva de la relación con Dios que le dilata los horizontes del espíritu, del corazón y de la mente, llevándolo a una siempre más articulada comprensión de lo humano y de lo espiritual, por lo tanto a intervenciones educativas iluminadas y sentidas como un beneficioso desafío a la esperanza. “Cuando corregía tenía mucho tacto y bondad, y al mismo tiempo era fuerte y suave. Decía pocas palabras, pero claras y precisas. Sobre todo, no desanimaba, incluso cuando corregía enérgicamente el defecto” Una misionera cuenta de un hecho que se refiere a la primera guerra mundial, cuando el alimento era poco y el pan racionado: “Dos postulantes, que habían apenas entrado, pasando
La consolación
El consuelo es ante todo una persona: Jesucristo, el consuelo de Dios para la humanidad. Es desde la relación con Jesús, verdadero consuelo, que yo puedo experimentar el consuelo y por lo tanto llevarlo a los demás. Consolada para consolar. CON-SOLAR: de su etimología latina, estar con quien está solo. La consolación es un es un movimiento de acercamiento al otro, que necesita una presencia amiga. Un enfermo, un anciano, una persona que sufre, un pueblo olvidado, indefenso, despreciado. Aquí también está claro que la consolación es una cuestión de relación. Y una relación nunca es teoría, sino que siempre se construye con la presencia, con actitudes, con gestos, con palabras. Es decir: la relación de consolación es posible si yo estoy ahí, estoy presente. El estar es muy importante. Una relación necesita tiempo. Por experiencia puedo decir que mis casi 10 años de presencia, de estar en Vilacaya, hacen posible mi presencia como una presencia de consolación. Por eso, estar con el pueblo yanomami, amenazado por los garimpeiros y por el mismo gobierno, es una presencia de consuelo. En Somalia, la gente decía: «Mientras estén las hermanas, estamos seguros de que Dios no se ha olvidado de nosotros». Lo decían personas musulmanas. La consolación no tiene límites de religión, es un lenguaje, una actitud, una experiencia integral que va más allá de las fronteras humanas. Las hermanas en Somalia estuvieron hasta lo último, hasta el final, hasta el martirio. Y las hermanas repatriadas tras el martirio de la hermana Leonella, siempre han alimentado la esperanza de poder volver a ser consolación para el pueblo somalí. Creo que la hna Marzia, hasta su último suspiro, lo ha deseado ardientemente. El consuelo se compone de gestos concretos, simples y cotidianos: un saludo, un abrazo, una visita, un interesarse por una persona. El consuelo está al alcance de todos, todos los días. Y es precisamente en la vida cotidiana donde nacen y crecen gestos y obras de consolación: entregarse por los hermanos y hermanas encarcelados, caminar juntos con confianza a la montaña para pedir la lluvia tan esperada, compartir el pan del Cielo en la Eucaristía y la mesa como hermanos y hermanas, y se pueden enumerar muchos otros gestos, en un ir creciendo, hasta el don total de sí mismo, diciendo las mismas palabras de Jesús en la cruz: “Perdono, perdono, perdono”. Hemos dicho que el consuelo es Jesús, y mi relación con él genera en mí el consuelo. Un consuelo que no me queda, para satisfacer y apaciguar mi corazón. El consuelo se hace anuncio, en la relación de consolación anuncio a Cristo, verdadero consuelo. Pero, ¿cuál es el contenido de este anuncio? Un Dios que siempre me bendice. Un Dios que me perdona y me ama. Entonces mi ser consolación se concreta en bendecir a mis hermanos y hermanas, en perdonar y amar, y en indicar que la razón de mi ser consolado y consolado surge de la relación con Jesús. Es como plantar un árbol, cuidarlo, regarlo, verlo crecer. Es como salir de la iglesia, ya sea una cabaña, una choza o una construcción medieval, y junto a mis hermanos y hermanas llevar la sonrisa de Dios a cada criatura. Entonces el consuelo se convierte en una luz, quizás pequeña y temblorosa, pero que en la oscuridad de la noche del dolor, tiene una fuerza especial sobre la oscuridad de la desesperación. ¡Esta es nuestra misión! Estamos seguros de que este es el camino, porque tenemos a nuestra Madre María, consolada y consoladora, que nos precede y nos indica el camino. Hna Stefania, mc
Mientras hacía de párroco he sido tía 126 veces
Aventuras extraordinarias (pero no tanto) de una Hermana Misionera de la Consolata en Alabama.
Oración a San José Allamano
Oh Dios, fuente de todo bien, Te damos gracias por haber dado a la Iglesia y al mundo a san José Allamano, que solícito en el servicio de tu pueblo se entregó enteramente con humildad y sabiduría como Rector del Santuario de la Virgen Consolata y se convirtió en padre y guía de familias consagradas a la Misión, para que, en nombre de la Virgen María, dieran testimonio en todas partes de Jesús, el Salvador. Te pedimos que siguiendo su ejemplo de santidad cotidiana colaboremos también nosotros en el anuncio del Evangelio, para que todos tengan plenitud de vida y concédenos, Señor, lo que te pedimos por su intercesión. Amén.
EL MILAGRO DE SORINO
El milagro se refiere a la curación de Sorino Yanomami, que fue atacado y gravemente herido por un jaguar en la selva amazónica brasileña el 7 de febrero de 1996. Sorino recuperó completamente la salud gracias a la intercesión del Beato José Allamano. DESCRIPCIÓN DEL ACONTECIMIENTO Sorino Yanomami es un indígena Yanomami, nacido en la comunidad de Maimasik (Roraima-Brasil), presumiblemente en 1955 (no consta el día ni el mes). Reside en la comunidad de Yaropi (en la región media del río Catrimani) y está casado con Helena Yanomami, pero sin hijos. El entorno de su comunidad es la inmensa selva amazónica, de la que, como los demás miembros de su pueblo, puede obtener lo esencial para vivir, mediante la recolección, la caza, la pesca y el cultivo de grandes huertos. Su maloca (nombre de origen Tupí que indica una vivienda indígena y ha entrado en el vocabulario del portugués brasileño) está, hasta hoy, cerca de una «comunidad misionera de la Consolata», presente allí desde 1965 y formada por religiosos (padres y hermanos coadjutores) y religiosas misioneras. El superior de entonces, Guglielmo Damioli, recuerda así a Sorino: «A lo largo de los años, ya casado, con su grupo familiar, Sorino había venido a construir su maloca al principio de la pista de la misión. Aparecía con frecuencia en la misión, siempre acompañado de su joven novia. Un hombre corriente, sencillo, con una sonrisa perpetua en el rostro. Buen cazador, en el bosque, en la frágil canoa, trabajador duro en la plantación para contribuir al grupo y mantener a su familia». En pleno corazón de la selva, aquella mañana del 7 de febrero de 1996, Sorino Yanomami fue atacado por una hembra de jaguar. Gugliemo Damioli relata: «El jaguar, como de costumbre, atacó a Sorino por sorpresa, por detrás. De un zarpazo, le fracturó el cráneo. En el suelo, los nativos encontraron trozos de hueso y parte de la masa encefálica. A pesar de la extrema gravedad de sus heridas, Sorino no perdió el conocimiento; consiguió liberarse, levantarse y utilizar su arco como lanza para mantener al jaguar a distancia mientras gritaba pidiendo ayuda. En pocos minutos, con los gritos y la llegada de los nativos armados con arcos y flechas, el jaguar escapó». El cuñado de Sorino, B. (no diremos su nombre, por respeto a las costumbres Yanomami, que ya no pronuncian el nombre de una persona que ya está muerta), corrió al pequeño dispensario de la misión en busca de ayuda, y la enfermera titular, la hermana Felicita Muthoni, misionera keniana de la Consolata, acudió rápidamente al lugar del accidente para darse cuenta de la situación y prestar los primeros auxilios. Así, la monja recuerda esos primeros momentos: «Vi a Sorino en el suelo, en un baño de sangre y me quedé petrificada, helada, temblando y sin saber qué hacer. Llamé a su madre y le pedí agua. En seguida me di cuenta de la gravedad de su situación: había arena y suciedad en la herida, parte del cuero cabelludo estaba desprendido, sangraba mucho y se le había salido parte del cerebro. Le introduje el cerebro y cogí el cuero cabelludo y lo volví a poner en su sitio. Él seguía sangrando; estaba vivo, pero no hablaba. Como no había traído nada, cogí lo único que tenía, la camiseta que llevaba puesta: me la quité y la envolví alrededor de la cabeza de Sorino, para presionarla mejor y detener un poco la hemorragia. Luego envié a alguien a buscar el Toyota de la misión. Con doña Creuza, nuestra ayudante, lo pusimos en una hamaca y lo colocamos en el Toyota que había llegado mientras tanto con el hermano Antonio Costardi que también estaba en la misión. Me senté con él en la parte de atrás, sujetándole la cabeza, y nos dirigimos al pequeño dispensario que tenía la misión». La hermana Felicita relata: «Le miré las manos, pero las venas ya no eran visibles. Tenía un poco de plasma y se lo puse en un pie y, en el otro, un goteo de glucosa con un analgésico fuerte». Dada la situación de extrema gravedad la hermana Felicita pide que Sorino sea trasladado al hospital de Boa Vista, capital del estado de Roraima. Consigue ponerse en contacto con la CCPY (Comisión Pro Yanomami) y le aseguran una plaza en el pequeño avión que atiende a la vasta zona indígena, aunque tendrá que esperar un tiempo porque hay numerosas peticiones de ayuda. Hay una dificultad inesperada: los compañeros de Sorino se oponen a la propuesta de trasladarlo a Boa Vista. Como es habitual en la retórica que acompaña a las situaciones de tensión y preocupación, llegan incluso a proferir amenazas; para ellos, es inconcebible que un Yanomami pueda morir fuera de su aldea, sin el acompañamiento de familiares y de un chamán. El espíritu de Sorino estaba listo para emprender su viaje. Gritaron: «¡No! ¡Sorino se quedará aquí! El chamán ya ha dicho que, cuando se ponga el sol, entrará en la casa de los espíritus y subirá a lo alto». Al final, ceden a la petición de Sor Felicita, pero con una terrible amenaza: si su camarada muere en la ciudad, lejos de la selva y entre los blancos, matarán, con sus flechas, a los misioneros presentes en Catrimani. Mientras esperan la llegada del avión, un joven trae una hoja de plátano enrollada, con un fragmento de hueso de la cabeza de Sorino en su interior encontrado en el lugar del accidente, y formula su «diagnóstico»: «Vimos bien cuando llegó Sorino. Vimos el cerebro, vimos el hueso, lo sacamos y lo enrollamos, y luego hablamos con los xapuri, los espíritus del bosque: ¡Sorino no puede vivir, porque el cerebro está afuera!» Hacia las dos de la tarde, con la llegada del avión, Sorino fue embarcado, acompañado por el tuxaua (jefe de la aldea) C. Tras cerca de una hora de vuelo, en el aeropuerto de Boa Vista, fue recibido por la hermana Rosa Aurea y la hermana Lisadele, que lo llevaron