1. Introducción
En esta breve reflexión queremos repasar el estilo allamaniano-consolatino de acercamiento a las personas. Obviamente, no se pretende de agotar aquí la temática, pero sólo de retomar la reflexión, que ya ha comenzado en distintos lugares, pero que merece ser relanzada, ampliada y profundizada.
Nos detendremos a considerar brevemente algunas características del estilo educativo del Allamano.
2. El Allamano: una vida como educador
El Fundador de los Misioneros y Misioneras de la Consolata pasó prácticamente toda la vida relacionado en el ámbito educativo, tanto a nivel personal como de los demás: como estudiante en formación (1856-177), cómo formador en el seminario (1873-1880), cómo profesor (1882-1884), cómo Director del Internado eclesial por dos años y formador del clero diocesano (1882-1926), pastor o “pedagogo espiritual” (1880-0926), formador inicial y permanente de los misioneros (1901-1926), formador inicial y permanente de las misioneras (1910-1926). En síntesis, una vida en contacto con los problemas, los desafíos y la belleza del trabajo educativo. El Allamano tiene ciertamente algo que decirnos.
3. Los ideales propuestos
El Allamano no ha descontado ningún ideal: los ha propuesto siempre, de manera clara e inequivocable. El ideal misionero es para él y para quien por él fue formado el “denominador unificador de toda la formación y de todos los aspectos de la vida” que “invade todo, caracteriza y cualifica: el estudio, los intereses, la lectura, las celebraciones, los ejercicios espirituales”: “Nosotros deberíamos tener por voto de servir la misión incluso a costo de la vida”.
No dar por descontado los ideales hoy (ni ayer) puede no ser cosa fácil o inmediata. Sin embargo, la propuesta clara e inequivocable de los ideales/valores no negociables es punto fundamental de la educación, y no solo de la educación solamente vocacional, sino humana y cristiana en general. Basta pensar que cosa puede pasarle a un bebé que se encuentra creciendo con educadores que no saben decirle de manera clara sí o no en base a algún criterio objetivo, sino que se escabullen buscando de consentirlo, de vez en cuando, a los intereses propios o a los intereses del niño, o entre algún compromiso entre los dos. Un terreno educativo de este tipo es propicio a cultivar desequilibrios de personalidad, más que un desarrollo de sí sano y maduro.
El Allamano se dirigía a los aspirantes misioneros, en quienes el ideal misionero propuesto asumía los colores y modalidades expresivas adecuadas a quien ya había hecho una elección vocacional precisa. Pero el ideal misionero encierra dentro suyo y expresa de manera particular la semilla del ideal de vocación humana y cristina que puede ser propuesto a todos, sea cual sea la elección de vida que se haya hecho. Se trata de la llamada a salir de uno mismo, a moverse de la propia zona en el cosmo/universo para ampliar la visión, la comprensión, la capacidad de amar y de hacer. Este ideal, me parece, puede y debe ser propuesto también hoy, en cada camino educativo cristiano, sin descontar ninguno.
4. Presencia y ausencia
Todo lo dicho nos manda a una característica particular del Allamano, también de sus hijos e hijas en la cercanía a las personas y a los pueblos: la “presencia”. No cualquier presencia, sino una presencia, de hecho, pedagógica, que sabe darse cuenta y respetar los ritmos de crecimiento del otro y sabe “estar” o desaparecer según el estadio en que se encuentra el otro. Una presencia de quien no pretende proponerse como salvador del otro, en el intento de resolver todos los problemas, pero que tampoco lo abandona a sí con la excusa de un malentendido “respeto”. Esto implica un conocimiento suficiente y experimentado del hombre y del aspecto espiritual, que lleva al educador a tener una verdadera capacidad de acercarse y de intimidad, junto al cuidado y la distancia por el espacio del otro. En otras palabras, una cosa es ser cercano, otra es meter la nariz en los asuntos de los demás. Una cosa es “estar” para ayudar al otro cuando tiene necesidad y para aprender de él, otra es tener la necesidad de ser forzadamente de ayuda al otro. Una cosa es ponerse al lado y acompañar, aceptando de ser incluso nosotros buscadores, otra es pretender de sustituir al otro o de tener todas las soluciones a sus preguntas.
En el Allamano, este ir y venir entre cercanía y distancia, presencia y ausencia, entre sí y no, se manifiesta también en su trato suave y fuerte, característica a menudo reportada en los testimonios:
“Como Fundador y superior nuestro, era inigualable, fuerte y suave al mismo tiempo. Se interesa de todo y de todos: estaba incluso en los detalles, y al mismo tiempo no estaba presente, en absoluto. Dejaba libre la iniciativa de los superiores menores…”
“Su trato (aparece) siempre bueno y paterno, pero reservado y contenido”
La presencia del Allamano podría ser cualificada, en términos actuales, como “empática”: él poseía la capacidad de sentir con el otro, de interesarse, conmoverse, identificarse con la persona; al mismo tiempo, poseía la capacidad de distanciarse del otro para tomarlo completa y respetuosamente en su totalidad. De esta manera, sabía desafiar sin desanimar, porque su intervención no partía solamente del sentir emocional, sino de un contacto profundo y pleno con lo que había vivido el otro, lo propio y los valores que vive y propone, el todo unificado en la experiencia viva de la relación con Dios que le dilata los horizontes del espíritu, del corazón y de la mente, llevándolo a una siempre más articulada comprensión de lo humano y de lo espiritual, por lo tanto a intervenciones educativas iluminadas y sentidas como un beneficioso desafío a la esperanza.
“Cuando corregía tenía mucho tacto y bondad, y al mismo tiempo era fuerte y suave. Decía pocas palabras, pero claras y precisas. Sobre todo, no desanimaba, incluso cuando corregía enérgicamente el defecto”
Una misionera cuenta de un hecho que se refiere a la primera guerra mundial, cuando el alimento era poco y el pan racionado:
“Dos postulantes, que habían apenas entrado, pasando por la panadería, me pidieron pan varias veces diciendo que tenían hambre. En algunas ocasiones tuve compasión y se los di, pero pasando por casualidad nuestro venerado Padre por la panadería, le conté la situación preguntándole como tenía que hacer.
Entonces me dijo (…): «Continua a dárselos, cuando lo pidan, por algunos días, pero, poco a poco, les harás entender que no se puede; pero no mortifícalas; aumentaras la porción en la mesa, porque no quiero que sufran»”
Aquello que la pedagogía hoy identifica como el “principio de gradualidad” es bellísimamente expresado en esta manera de actuar educativa del Allamano, el cual tiene una capacidad particular de “ser firme en los principios (fortier) y de adecuarlos a las situaciones concretas de las personas (suaviter), involucrándose en su situación física (debilidad, necesidad de salud), pero también del carácter, y a la capacidad de cada uno. Por esta comprensión, admite que puede hacer hasta ahí, y no de más, al llegar hasta un cierto punto y basta, o tal vez está en un momento en que necesita saber esperar. Entonces, el Allamano sabe distinguir entre los ideales y las metas de alcanzar y la capacidad concreta de aquellos que los deben alcanzar; y lleva adelante los objetivos con paciencia y respeto. Él ha una extraordinaria capacidad de equilibrio entre propuesta fuerte y comprensión de las capacidades y de las debilidades humanas. Propone ideales altísimos, hasta la cima del heroísmo, pero sabe que no todos pueden llegar. Considera las personas como son, sabiendo esperar el tiempo de maduración que son distintos. Por lo tanto, sabe también superar las reglas, sin venir menos a aquello que es verdaderamente importante e irrenunciable.”
Una de las actitudes necesarias al desarrollo de la capacidad de presencia empática es la aceptación de la parte femenina de la propia personalidad. El Allamano había hecho suyos actitudes femeninas y maternas, adquiridas ciertamente en el contacto con su madre y desarrolladas en la relación continuo y profundo con la Consolata, considerada como fundadora y propuesta como modelo tanto a los misioneros como a las misioneras.
“Su caridad era de una exquisitez y fineza más que materna sabia embellecerla con tanta delicadeza”.
5. Escucha y atención
Son actitudes intrínsecas a la capacidad de presencia empática. El Documento del encuentro de AMV – Pedagogía Allamaniana de América habla expresado de “metodología Allamaniana de la escucha”. El Allamano y sus hijos e hijas ponen la escucha y la atención a la realidad como piedra fundamental de su ser misioneros. El Allamano siempre ha valorizado la obediencia, que implica estas dos cualidades, aplicadas a la relación con Dios, con los otros, consigo mismo, con el cosmos.
La escucha sobreentiende la capacidad de silencio para hacer espacio a las voces que susurran (o gritan) dentro y fuera de ellos, poder distinguir de dónde vienen tales voces y juzgar la validez de sus propuestas en orden a una decisión sobre el recorrido que se debe realizar. Si queremos, podemos dirigirnos al discernimiento ignaciano de los espíritus en la escucha de las mociones interiores.
“su dirección se extendía a todos y era para todos, en modo que cada una quedaba con la impresión de ser objeto de su particular atención”
“Tenía los ojos y las orejas atentos y vigilantes a cuanto sucedía afuera…” (A. Cantono); “siempre ha tenido una intuición precisa de las necesidades del tiempo”, “no conoce vejez” (Pinardi), esto gracias a su “ojo vigilante y penetrante”
En el confronto consigo mismo, la capacidad de escucha atenta es un elemento necesario en la vida que esta en discernimiento. En el confronto con el otro, tal capacidad es fundamental para crear un ambiente pedagógico en un sentido amplio. La posibilidad de crecimiento, de cambio, de apertura (o reabrir) de recorridos a menudo lentos o bloqueados por malas experiencias en el campo relacional, resulta real en una matriz relacional suficientemente atenta a la persona y a su estadio de desarrollo humano y espiritual. Alcanzar el otro ahí donde él se encuentra es premisa irrenunciable para acompañarlo. Premisa que puede realizarse solo en la escucha atenta de la persona. En relación con el mundo, la capacidad de escucha atenta es esencial para captar los “signos de los tiempos” y las semillas de vida esparzas largamente en la naturaleza, en la cultura, en los hechos, dentro las llagas de la historia con sus sombras y luces.
6. Confiabilidad, fiabilidad, rectitud
“Demostraba intolerancia ante la incoherencia o la restricción mental. Hablando de esto decía: ‘No está bien, es un defecto de la comunidad. Quiero en comunidad un espíritu bien claro; su hablar sea como dice el Evangelio: Si, si, no, no… La espía no la quiero; no he preguntado nunca a uno para saber de otro’”
Este testimonio es suficiente para iluminar una actitud personal que se revela sustancial para cualquier proceso pedagógico. La creación de una relación de confianza entre educador y educado es básico para poder hacer un camino educativo, pero esto no se puede pensar sin contar de antemano con la confiabilidad, la fiabilidad y la rectitud.
Las personas que se confían en el Allamano (las cuales eran tantas y diferentes unas de otra) podían contar con esta seguridad: él nunca los habría traicionado, utilizado en cualquier modo, ni siquiera para “un buen fin”. El era como una roca confiable y segura: pronto para acoger siempre, honesto y directo en el confrontar y desafiar, exento de la búsqueda de popularidad, aplausos y admiración, hombre de esperanza y del nunc coepi (empiezo de nuevo) delante de cada derrota, pesimismo o victimización que lo intentara llevar a renunciar.
7. Energía y humildad
Es otro binomio característico del Allamano y de sus hijos e hijas. El nunc coepi es tal vez la expresión mas pura. Empezar de nuevo implica tanto energía como humildad.
Quien no tiene suficiente energía, queda tirado por tierra después de cada caída. Pero queda por tierra también quien no es suficientemente humilde para aceptar las propias heridas, eventualmente buscar ayuda y levantarse para continuar caminando.
Quien no es suficientemente enérgico no acepta de asumir responsabilidades. Pero no las acepta tampoco quien no es suficientemente humilde para cargar sobre sus espaldas los propios (y muchas veces de otros) pesos.
Quien no es suficientemente enérgico no se compromete en la colaboración. Pero tampoco se compromete quien no es suficientemente humilde para aceptar puntos de vista diferentes a los personales, o “perder” cualquier privilegio personal para hacer espacio a otros, de dejar que otros le enseñen algo.
Quien no es suficientemente enérgico no es emprendedor y creativo. Pero tampoco lo es quien no es suficientemente humilde da correr el riesgo de equivocarse y hacer una “mala figura”, de responsabilizarse y aceptar la posible critica, la desaprobación y la incomprensión de los demás.
Y la lista podría continuar.
Con Don Borio, el Allamano lamentaba:
“En nuestra casa hay más miedo que amor, están ahí como individuos, sin iniciativa propia y con miedo de hablar o hacer por el tema de equivocarse”
No era este el estilo que el Allamano quería, sino soltura, simplicidad, honestidad: “siempre paternalmente comprensivo de la debilidad que cada uno lleva consigo, el Allamano no soportaba la apatía, la indiferencia. No quería gente vaga, que se lamentaba, apática, mediocre”, tal vez porque sabia bien que estas actitudes son las mas perjudiciales al crecimiento de la persona y de la comunidad.
8. Espíritu de familia
Que el Allamano viera y sintiera el instituto como familia, es hecho. El clima familiar es una de las características y condiciones irrenunciables de su método formativo/educativo. El espíritu de familia se concretiza para el en la unidad:
“formamos un solo cuerpo moral y debemos tener entre nosotros la unidad que hay entre los miembros del cuerpo”; “pero unidad entre todos: uno para todos y todos para uno. Esto en una comunidad es lo más necesario. Donde no hay esta unidad es la ruina. Cueste lo que cueste, necesitamos hacer de tal manera que haya unidad”
El Allamano formaba a la unidad, a la colaboración activa y participativa de todos al crecimiento hacia un ideal común. Tal colaboración y unión requiere, obviamente, una capacidad suficientemente madura de relaciones interpersonales verdaderas que no se limita al “nos queremos bien entre todos” o a la exaltación del espíritu de camaradería, mas bien se concretiza en la capacidad de trabajar juntos en “unidad de intentos”, de compartir la vida. Creo que este punto merece una particular consideración, hoy. Proponer una educación marcada al espíritu de familia pide una reflexión profunda sobre el significado que le atribuimos.
En primer lugar, en el imaginario de la persona, el termino familia puede evocar diversas experiencias, no siempre es posible asimilarlas o no siempre son del todo positivas para el crecimiento. Quien tiene experiencia pedagógica sabe bien cuales consecuencias pueden tener sobre la persona (y su manera de relacionarse) lo vivido en las dinámicas familiares excesivamente implicadas o, al contrario, señadas por desintegraciones. Es necesario clarificar entonces, a menudo por caminos largos y pacientes con las personas que se acercan a nuestra congregación, que la imagen de familia propuesta por el Instituto no se sobreponga y no debe sobreponerse necesariamente a la imagen que la persona lleva dentro. El Instituto es una familia porque los vínculos que unen los miembros no terminan solamente en relaciones de “trabajo”; sino que se fundamentan en el compartir de un único carisma, y como ultimo análisis en el ser uno en Cristo. Esto confiere una cualidad particular a las relaciones entre los miembros, que viven un sentido de pertenencia carismática. Este tipo de familiaridad desafía y confronta ciertos modelos familiares (marcados sobre los extremos de familias involucradas o de aquellas disgregadas) que los individuos pueden llevar dentro: la familia propuesta, es una familia de personas adultas y corresponsables incluso en la diversidad de roles y servicios, no de padre/madre e hijos/hijas, tampoco de abuelos/as y nietos, ni de individuos que en común tengan solo, o casi, el domicilio.
En segundo lugar, formarse en el espíritu de familia adulta implica para los educadores una particular sensibilidad a la calidad de las relaciones y la conciencia que lo relacional es un terreno en donde se juego el hecho de la educación: no se educa sino es en relación. Esto debería decirnos algo en relación con la preparación de los educadores a todos los niveles: el saber, incluso el saber teológico, se puede aprender de los libros.
La vida, a todos los niveles, se desarrolla solo en una matriz relacional.
Hna. Simona Brambilla, MC