Cuentos de misión desde Kajistán
Era el mes de junio: es un tiempo de gracia muy querido para nosotros misioneros y misioneras de la Consolata, porque es el mes de nuestra querida mamá, la Santísima Virgen Consolata. Ella, fundadora, protectora, guía, modelo de vida, dispensadora de tantas otras gracias que nunca terminaremos de enumerar. He experimentado muchas en este tiempo, y me gustaría compartirlas.
Me encontraba buscando un poco de sombra al mediodía, después de un tratamiento dental: el mes de junio es agradable y cálido, así que encontré un árbol frondoso cerca de la iglesia ortodoxa. Allí se encontraba un grupo de personas haciendo la limpieza, entonces les pregunté si podía sentarme en su patio y me han ofrecido sin problema el espacio para descansar.
Me dije a mí misma: rezaré la hora media y regresaré a casa. Estaba rezando cuando escuché a una persona que llamaba: «María, María». Yo no me moví porque ese no es mi nombre, pero poco después encontré una hermosa sonrisa de alguien que estaba viniendo hacia mí y mientras me llamaba María. Yo no me recordaba de esta amable señora, pero ella me dijo que nos habíamos conocido en un funeral en el mes de diciembre y que habíamos orado juntas. Ella es una mujer que frecuenta la iglesia ortodoxa. Me preguntó qué estaba haciendo y me invitó a terminar la oración en su iglesia.
Yo entré: en el centro de este hermoso espacio sagrado hay un icono de la Virgen María. La iglesia lleva el nombre de María Madre de Dios. Me detuve en la figura de María y realmente me dije: estamos en la novena a la Consolata, pido por su intercesión que en nuestra vida brillen algunos gestos de María Santísima. ¡En verdad, el nombre de María es un programa de vida!
Después de de lo cual la señora me invitó a tomar el “chai”, que significa a mediodía, el almuerzo: una rica sopa llamada borsh, un poco de arroz, y para terminar el té con algunos chocolatines. En el tiempo del almuerzo había en esa sala otros trabajadores y empezaron a hablar de los sacerdotes católicos que habían conocido y de nuestra cercanía como hermanos y hermanas en Cristo; estaban interesados en saber de dónde venía, y con mi pobre ruso traté de responder.
¡Cuánta bienvenida! Y qué lindo que el Señor prepare encuentros de la manera que menos podeos imaginar: es suficiente con abrir nuestros sentidos a la presencia de Dios.
Después del almuerzo me acompañó hasta la puerta de entrada invitándome a una celebración que tendrían al día siguiente, a lo cual dije que me uniría en comunión espiritual, porque ya tenía otro compromiso.
Llega la grande gracia de la celebración de la Consolata, el domingo 19 de junio: éramos unas sesenta personas; La Santa Misa fue presidida por nuestro obispo, Monseñor José Luis Mumbiela Sierra, junto con el párroco de Yanashar, P. Szymon Grzywinski y el vicepárroco asistente, Padre Ladislao Seonu Paek; también vino el padre Rafael Dombrowski, de la parroquia de Konaev, y participaron personas de otros pueblos, luego las Hermanas Franciscanas de la Enseñanza, las Hermanas de Madre Teresa de Calcuta y dos hermanos de la orden franciscana menor.
Al comienzo de la Santa Misa, después de los ritos iniciales, se introdujo el cuadro de la imagen de Jesús Buen Pastor, el nuevo patrón de nuestra iglesia. Después de la homilía en ruso (un gran logro, porque leer en ruso no es fácil) hemos renovado nuestros votos religiosos.
Y luego de la bendición final, junto con la reliquia y la imagen del Beato Bukowinski, llamado apóstol de Kazajistán, se colocó la reliquia de nuestro Padre José Allamano y la Beata Leonella. Un momento muy conmovedor, fue cuando el obispo pidió que se reflexione sobre cuántos kilómetros hemos han recorrido para llegar aquí a Kazajstán: y dijo:
“éstas vidas donadas están entre nosotros y nos estimulan en la secuela de Cristo. Al final de la Santa Misa, el obispo bendijo los juegos y el pequeño ambulatorio, aún por terminar. Todo fue un encuentro de alegría y de mucha vida.
Quisiera terminar este compartir con una anécdota particular, algo que también sucedió en el mes de junio: 3 cachorritos fueron abandonados: dos machos, que se fueron en la primera semana, y una hembra, que hasta ahora está en el territorio de misión. Las niñas que participan en la Santa Misa diaria y el rosario, entre otras actividades de nuestra parroquia, comenzaron a darles de comer y como buenas alumnas de las lecciones de inglés decidieron llamarlo Heaven.
Además del hecho que se trata de un perro muy vivo, estos pequeños, a través de este nombre Heaven, me hicieron pensar. Yo les pregunté:
«¿pero por qué le dieron ese nombre?»
“Porque nos gusta” me dijeron “Nos gusta el Cielo, es verdad, tenemos sed de Dios y sentimos que Él está entre nosotros”.
Cielo: Heaven es donde hay y está Dios en nuestra vida diaria, en nuestro corazón, en cada desafío y alegría, el Señor se hace presente y permanece con nosotros. La certeza de esta presencia consuela, restaura, reconforta, genera vida. Como María.
Hna. Claudia, mc