4 años en Kazajistán
A final de febrero 2024, las Hermanas Misioneras de la Consolata hemos celebrado 4 años de nuestra presencia en Kazajistán. En este momento, expresamos mucha gratitud a Dios por su constante presencia a lo largo del camino; por el don de la vocación y la gracia de pertenecer a Él y por las innumerables gracias que experimentamos en este camino.
Contemplando nuestra presencia, en estos años, deseo compartir con Ustedes algunas alegrías y desafíos que he vivido en este tiempo. Todo parte de Dios, porque la Misión es suya y hemos percibido que es Él que guía, que se hace presente y abre los caminos: en los gestos de acogida y de hospitalidad del Pueblo en Kazajistán y en los cotidianos encuentros con nuestros vecinos y las diferentes personas que manifiestan interés hacia nosotras, con el deseo de conocer algo de nuestros Países de origen. Existe un hermoso sentido de familiaridad que te hace sentir en casa y pertenecer a esta gran familia universal.
Un claro ejemplo: para el Año nuevo, una vecina nuestra, que llamamos nuestra abuela, visitó nuestra Comunidad y comenzó a llamar a cada hermana por su nombre; muy obediente, cada una, dejando sus trabajos, se acercó y juntas fuimos a su casa para compartir el té con ella y para saludar a su familia, porque no se puede comenzar el Año nuevo sin ir a la casa de los vecinos, intercambiar los augurios y fortalecer la amistad.
Nuestra Comunidad está abierta para acoger, detenerse y establecer lindos diálogos con quien viene y con aquellos que encontramos, por más que esto implique cambiar de planes, acostumbrándose a las sorpresas cotidianas. Esto me hace percibir que el signo de la consolación pasa a través de esta presencia, pequeña, acogedora y abierta.
Otra cosa muy bonita es cuando, trabajando en la huerta o regando las flores, se acerca la gente para darnos consejos y nos envían plantitas para trasplantar, sin dejar de mencionar que en las diferentes fiestas o los domingos siempre llega una comida, en regalo, para compartirla en comunidad, signo del cuidado, cercanía y comunión. Como Iglesia católica somos minoría, y nos conocemos por nuestro nombre; sabemos dónde viven mucho de nuestros cristianos y de otras personas que nos ofrecieron su amistad. Esto es parte de la gracia de vivir en una aldea, como parte de esta vida humilde, simple y cotidiana.
El gran desafío para nosotras es el idioma ruso: hace cuatro años que estamos estudiando, sin embargo, siempre hay algo nuevo para aprender, y realmente, en este idioma, cuando uno piensa que ya sabe algo, aparece una excepción o bien una pronunciación diferente. Sin dudas que cada uno hace su propia experiencia al aprender un idioma, pero este esfuerzo y constancia solo pueden nacer del amor a Dios y a la gente y del deseo de comprendernos y compartir la vida, cuanto Dios obra y fortalece la vida de cada persona.
Cuánta alegría experimento al escuchar las historias de las mamás, las abuelas y los niños: cada uno tiene su propia historia con sus alegrías, sus sufrimientos y desafíos y comprender y sentir que tienen confianza en nosotras porque somos una presencia de escucha serena, sin juzgar.
He visto, concretamente, el renacer de las Iglesias en las diferentes aldeas que acompañamos, entre restructuración y nuevas construcciones que se están realizando, el ambulatorio y el parque de juegos que tenemos en la misión. Ver la alegría de la gente, de los niños que se encuentran en ambientes más lindos para rezar y jugar. Estos ambientes generan vida en intercambios cotidianos; por ejemplo, en los niños que agradecen la posibilidad de aprender inglés; en las chicas que consiguen tocar el ukelele; la banda musical católica de los jóvenes, los diferentes grupos de catequesis en las aldeas, los niños que juegan fútbol.
Hay tantos signos de vida que me permiten percibir la mano de Dios, la bondad de las personas, la importancia de pedirle cada día que sea Él que continúe a guiarnos para ser presencia de consolación, que genera y acoge la Vida en la gracia del cotidiano.
Suor Claudia Lancheros, mc