El 10 de julio de 2022, en la Catedral de los Santos Pedro y Pablo, en Ulaanbaatar, una solemne celebración eucarística recordó la llegada de los tres primeros misioneros católicos al país, pertenecientes a la Congregación de los Misioneros del Inmaculado Corazón de María (CICM) , que tuvo lugar exactamente en este día en 1992.
La celebración, presidida por Mons. Giorgio Marengo, prefecto apostólico de Ulaanbaatar, creado cardenal por el Papa Francisco el pasado 27 de agosto, contó con la participación del Nuncio Apostólico, arzobispo Alfred Xuereb, del rev. p. Gilbert Sales, CICM, uno de los miembros del primer grupo de misioneros, y de superiores y miembros de los consejos generales de las congregaciones religiosas presentes en Mongolia, junto a una nutrida asamblea de fieles provenientes de las diversas parroquias esparcidas por el territorio y una buen número de representantes de las autoridades civiles y religiosas, incluido el cuerpo diplomático. También estuvieron presentes delegados de otras tradiciones religiosas, incluidos representantes del budismo mongol (monjes de los dos monasterios más grandes de Ulaanbaatar), el Patriarcado ortodoxo de Moscú, de la Unión de Chamanes Mongoles, la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días (Mormones) , de la Sociedad Bíblica de Mongolia y los Adventistas del Séptimo Día.
La celebración del 10 de julio no fue el único momento conmemorativo de este significativo aniversario. El 4 de abril pasado se se conmemoraron los 30 años de las relaciones diplomáticas entre Mongolia y la Santa Sede, reviviendo los lazos históricos del pueblo mongol con el cristianismo, a partir del importante intercambio de mensajes de los misioneros de las Iglesias Orientales con las autoridades del imperio mongol. en el siglo XIII. A esta ceremonia asistieron representantes del Ministerio de Relaciones Exteriores de Mongolia, miembros del cuerpo diplomático, misioneros y misioneras. En el mes de junio, la Iglesia de Mongolia organizó una Semana Pastoral en la que toda la comunidad católica se sintió involucrada para reflexionar, compartir y opinar sobre cómo la Iglesia puede seguir anunciando el Evangelio en este país. Ha sido un momento de gran comunión y un “ensayo general” de sinodalidad, según lo que el Papa sugiere en este tiempo de preparación para el Sínodo del próximo año.
En diciembre quisiéramos concluir las celebraciones de este importante aniversario con un momento de oración mariana, durante el cual, está prevista en la Catedral de Ulaanbaatar la entronización de una estatua de la Virgen encontrada en el vertedero de la ciudad de Darkhan. El descubrimiento tuvo lugar gracias a una mujer local, llamada Tsetsegee, que estaba hurgando en un cúmulo de basura recién descargada de un camión, en busca de algo para comer. Tan pronto como vio la estatua, la mujer la tomó consigo y la llevó a su casa, exclamando: «¡Esta hermosa señora quería venir a mí!». Conociendo la historia, el prefecto apostólico de Ulaanbaatar la leyó como un signo de la predilección de la Virgen María por el pueblo de Mongolia, precisamente en el año en que la Iglesia celebra sus primeros treinta años de presencia en el país; por este motivo, quisiera encomendar públicamente Mongolia a la protección de María, que ha elegido manifestarse de manera tan original y marginal, entre los últimos de la historia, para infundires coraje, esperanza y nuevo impulso a la evangelización.
Para la Iglesia católica en Mongolia, que cuenta con unos 1400 fieles, casi 60 misioneros y misioneras de todo el mundo, 2 sacerdotes locales y 9 parroquias, celebrar 30 años de presencia significa ofrecer una gran alabanza de gratitud a Dios y a su Santísima Madre por la vida y la fe de tantas personas a través de las cuales la semilla del Evangelio ha sido plantada y esparcida en la tierra del cielo azul.
Chamyngerel, responsable del Centro Pastoral de Ulaanbaatar, escribe: «Quisiera comparar la celebración del 30 aniversario con un corazón que late de alegría. Todas las iniciativas que se han vivido y la preparación de las diversas celebraciones nos han unido como fieles, como amigos en el servicio de nuestra Iglesia. Esto nos da la fuerza para seguir como un corazón que late decidido para hacer vivir a todo el cuerpo». Como Misioneras de la Consolata estamos felices de participar personalmente en el camino de esta joven Iglesia: nos sentimos en plena sintonía con nuestro carisma, que es precisamente el de ponernos a disposición del Señor para que su Evangelio sea conocido allá donde la Iglesia todavía no está presente o está en la etapa inicial. Estamos agradecidos por esto mientras renovamos con alegría nuestro compromiso con la evangelización aquí en Mongolia y dondequiera que estemos presentes.
H.na Lucia Bortolomasi, mc